Cuento ganador curso 2018-19
Mi ángel
Como de costumbre, me veo arreglando, fregando, limpiando y
pintando los nichos del cementerio con mi madre. En verdad, es algo que no me
agrada mucho pero como ella es así de tradicional, no quiero disgustarla y
siempre la ayudo. Ella siempre dice que hay que recordar a nuestros difuntos, y
por eso visitamos este lugar muy a
menudo.
La veo cargada con su
cubo y los paños para sacar brillo a unas lápidas que tienen el color comido por el sol. Y me asombra la paciencia y el
cuidado que tiene siempre al pintar los bordes de las lápidas, intentando
siempre no pintar ni un poquito en el mármol, como si en realidad importase
mucho, pero para ella, al parecer, sí importa.
El día de hoy está
despejado, aunque hace un poco de frio,
y como pronto se celebrará la fiesta de difuntos, en el cementerio hay mucha
gente. Si lo pienso detenidamente, no es un lugar tan feo, sobre todo en estos días, que hay muchas flores de colores por todos lados, y
aunque parezca irónico, es como si este lugar cobrara un poco de vida. Tantas
personas de un lado hacia otro, con
escaleras, y latas de pintura, con flores de plástico o ramos naturales, unos
hablando con otros, hay murmullos y ruido por todos lados.
Hoy hemos vuelto para
terminar de arreglar algunos nichos que faltaban. El día está nublado y gris, y
parece como si fuese a llover, pero aun así hay gente terminando de arreglar
las tumbas de sus familiares.
Mi madre está subida
en una escalera de madera, y yo desde
abajo la sujeto con fuerza. Hoy en el
suelo hay algunos charcos, esta noche ha llovido y todo está húmedo, no quiero que resbale. Cada vez
que venimos, nunca me deja subir a la escalera, siempre tiene miedo a que me
caiga, piensa que me puedo hacer daño, nunca me deja arreglar esa lápida.
Ya ha terminado de
colocar el ramo de flores en el nicho más alto, desde abajo la he escuchado
llorar, y al mirarla he visto como se secaba las lágrimas en un pañuelo blanco,
y he observado como durante largo rato
acariciaba una figura de color claro que
sobresale un poco de la lápida, y como repetía una y otra vez…. mi ángel, mi
ángel.
Hoy la veo muy triste,
echa de menos a sus seres queridos, y
apenas ha hablado con nadie desde que entramos en el cementerio.
Ya está anocheciendo,
cada vez hace más frio. Ya no queda nadie en el cementerio solo nosotras
y el enterrador.
Es un hombre muy
delgado, moreno y bajito, de aspecto bastante serio, pero a la vez su cara
inspira confianza. Venimos tantas veces, que mi madre ya lo conoce bastante. Creo
que le está preguntando algo, la verdad es que no los escucho muy bien, me he
quedado atrás, entretenida mirando una de mis estatuas preferidas, una que está
en la calle principal, encima de una gran tumba negra.
Es de una joven con un
vestido largo y lleva un ramo en la mano. Mi madre me ha
contado que era una novia, que falleció en el día de su boda, y por eso le hicieron
esa estatua, para que eternamente fuese una novia. Pero hoy veo la estatua
diferente, no parece la misma de siempre, en su rostro apenas observo esa dulce
sonrisa que suele tener, y parece una estatua mucho más vieja, más antigua, el
mármol no está tan blanco y reluciente como de costumbre, como si hubiesen pasado
veinte años por ella.
Ya ha oscurecido casi
del todo, y de repente, una densa niebla empieza a cubrir
el suelo del cementerio, rápidamente me giro hacía la puerta, y veo como mi madre y el enterrador están
cerrándola, es una pesada cancela de hierro y escucho desde lejos como chirría
y el golpe fuerte y seco al cerrar el candado.
Empiezo a correr hacia
ellos, y parece que no avanzo ni un solo centímetro por más que lo intento. Desde
lejos escucho llorar a mi madre, pidiéndole una y otra vez al enterrador que la deje quedarse, sólo esta
noche.
-Solo esta noche… la escucho gritar.
Y el enterrador la
sujeta fuertemente entre sus brazos.
Me paro en seco al ver
que no consigo avanzar ni un palmo. Empiezo a notar como si un escalofrío
recorriese todo mi cuerpo, noto una brisa helada que me recubre, me envuelve.
Ya este lugar no me parece agradable, ya no me siento tan bien como hace un
rato cuando estaba junto a mi madre.
Me paro frente a las
puertas de cristal de un panteón, y en ellas puedo ver la imagen de una niña, recubierta de sangre, con una gran
herida en la cabeza, y una mirada negra
y vacía.
¿Quién es?
Entonces, bajo la
mirada y me miro el cuerpo, soy yo.
Autora: Marina Fernández Fernández 4ºA
Finalistas:
Raúl Jiménez 2ºC
(La mansión del final
de la cuarta calle de la segunda manzana)
Miguel Ángel Verdugo 2ºB
(La noche)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.